La existencia humana ocurre en un medio material, cultural y social. La dicotomía entre cultura y sociedad es la de un doble aspecto de una misma realidad que, no obstante, produce características propias en cada polo: la sociedad refiere a los aspectos estructurales de las relaciones: al orden, el poder, los lazos. La cultura es el mundo de artefactos, significados, valores y prácticas que reproducen, mantienen y, ejercen de fuerza dinámica de las sociedades. Lenguaje, socialidad y técnica son los tres elementos con los que se construyen las sociedades y las culturas y con ellas las identidades de los miembros de ambas. Varias disciplinas se mueven en los intersticios de ambos aspectos: la antropología social y la sociología cultural, la psicología social, etc. La filosofía del lenguaje, social y de la técnica examina los conceptos que operan en las ciencias sociales en interactúa con ellas en una conversación interminable no exenta de algunas tensiones.
Las sociedades producen relaciones, instituciones, jerarquías, géneros, identidades, etc. que estructuran la existencia de las comunidades humanas y median en la división social del trabajo y en las diversas formas y alternativas de vida. Por su parte, la cultura produce el orden que caracteriza
a las sociedades a través de los sistemas de parentesco, de los rituales,
mitos, prácticas y los aspectos culturales de la cultura material y, a su
vez, es una mediación sin la que no podría tener lugar la producción y reproducción
de la cultura en sus aspectos cognitivos, comunicacionales y simbólicos (la
cultura material entraña la externalización de las capacidades humanas)
Esta inacabable interacción se produce en los
espacios que configuran la existencia humana: los espacios de los significados,
de los valores y de las funciones. El espacio de los significados está generado
principalmente (pero no únicamente) por el lenguaje y acoge los recursos
cognitivos, los mitos, creencias e ideologías y en general todo lo que hace
significativo el mundo. Charles Taylor observaba que los humanos son animales
hermenéuticos, es decir, no viven solamente en un mundo de información sino de
experiencias compartidas que les permiten interpretar las cosas y los procesos,
las acciones y palabras y la propia interioridad. La tradición heideggeriana (incluyendo
a Gadamer) ha centrado su concepción de la realidad sobre estas capacidades
interpretativas que dan lugar a los horizontes de posibilidades que conforman el
“mundo” (que añade lo significativo a un entorno puramente físico o físico-informacional)
Es espacio de lo normativo y de los valores es
en el que se genera la regulación de la acción y la producción de agencia en todas las dimensiones de dicha agencia: la
epistémica, la valorativa y la práctica. Lo normativo nos permite reconocer lo
correcto e incorrecto, las reglas de las prácticas en las que discurre lo
social. El espacio de valores está inscrito en el habitus o conjunto de
disposiciones de las personas que forman parte de una comunidad. Los valores y
lo normativo desbordan el ámbito de la ética (la filosofía analítica denomina “metaética”
al estudio de la normatividad generalizada, con un nombre que da cuenta de sus
orígenes pero que es confundente). En tanto que reguladores agenciales, el
espacio de los valores colorea todos los componentes de la cultura y la
sociedad. Wittgenstein, por ejemplo, insistió en la dimensión normativa de los
significados, del mismo modo que lo normativo entraña la capacidad de reconocer
esa cualificación valorativa en todos los aspectos de la existencia, y por ello
supone la comprensión o interpretación (las Investigaciones filosóficas
de Wittgenstein tratan del complejo problema de “seguir una regla” e
interpretarla, que está en la base de los significados de las palabras y las
acciones).
El espacio de lo funcional entraña una forma
distinta de significatividad y normatividad: es un espacio dependiente de la
historia y del diseño tanto biológico como intencional. La realidad en que
vivimos está formada por procesos físico-químicos y una parte de ella son
organismos cuyas funciones han sido producidas por la evolución y otra parte
son artefactos, que incluyen también instituciones sociales que han sido
diseñados por la historia humana, por sus conocimientos y acciones. Las
funciones de estos todos y sus partes son las conductas de órganos, organismos
y artefactos e instituciones en tanto que obedecen a las causas o intenciones
(dependiendo de su carácter biológico o social) por y para las que fueron
diseñados (la función del corazón es bombear sangre porque bombear sangre es la
conducta que explica que ciertos organismos tengan corazón).
Los tres espacios (significados, valores y
funciones) hacen que la existencia humana social y cultural no pueda ser
reducida a una mera cadena de causas, tal como ocurre en otros niveles de la
dinámica del universo (que incluye muchos componentes de la vida humana. Por
otra parte, ninguno de los intentos de reducción de estos espacios ha tenido ni
tendrá éxito porque cada uno de ellos tiene su propia autonomía y ejerce de
mediación constitutiva en el desenvolvimiento y la dinámica de los otros. Ni la
realidad humana es lingüística, como presume una buena parte de la filosofía
que no puede ocultar su idealismo, ni puede reducirse a las estructuras
sociales, como han pretendido tantos cientificismos sociológicos ni, mucho
menos las formas funcionalistas del cientificismo. Cada uno de los espacios es
una mediación para la dinámica de los otros.
Significados, valores y funciones nacen todos
ellos en las mismas fuentes: la temporalidad, el orden y la agencia.
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