Si uno no se toma en serio a Freud como médico, y lo acepta como humanista que habla de nuestra experiencia inmediata, todas sus obras adquieren urgencia de relectura. Interpretar los sueños o los mitos como interpretamos relatos y cuadros con los que nos encontramos, no para buscar la esencia de lo que somos en algún hecho pasado de la niñez sino para explorar la selva de nuestra mente donde se esconden muchos yoes con los que convivimos y que acechan en la oscuridad de los sueños y de los lapsos de la lengua y del pensamiento.
Empiezo recordando a Freud porque de lo que realmente querría hablar es de una pesadilla que sufrí hace dos noches (un blog es un diván tan cómodo como cualquier otro, con la ventaja de que el analista se esconde tras la pantalla). Los filósofos sufrimos a veces de pesadillas filosóficas. La mía fue una pesadilla metafísica: me desperté asustado porque soñaba que era un comisario político. Me desvelé un rato pensando, ¿cómo me ha podido ocurrir esto a mí?
Me tranquilicé recordando el origen de la pesadilla: esa noche había comenzado a ver "Enemigo a las puertas", en la tele, y la había dejado al rato, justo después del episodio en el que el general soviético, Kruchov, reúne a los comisarios políticos del ejército que defiende Stalingrado para comunicarles que Stalin ha decidido defender la ciudad a toda costa. Les pide ideas de cómo lograrlo. Uno tras otros van diciendo "fusilemos a los oficiales que se rindan", "disparemos sobre los soldados que se retiren"... hasta que uno de ellos dice: "démosles esperanza" (no seguiré contando la película). El caso es que fue la frase la que me dejó intrigado y supuse que había sido el origen de la pesadilla.
Recordé también otro episodio de hace unos días en que la figura del comisario había tenido su momento. Fue en el curso sobre la memoria histórica organizado por Carlos Thiebaut. Vino uno de los últimos guerrilleros republicanos, un joven de ochenta años alto, hermoso, divertido y lleno de anécdotas sobre los años negros. Contó su vida y la de muchos otros, sus cárceles, sus torturas y sus resistencias. La anécdota es ésta: contaba que en cada grupo de resistentes, de seis personas por necesidades tácticas, había siempre un jefe militar y un comisario político, a pesar de que eran de casi todas las tendencias políticas. Le preguntamos por esa figura tan siniestra y nos contestó: era quien estaba al cargo de recordarnos para qué y por qué estábamos allí, para no dejarnos degenerar en una banda de bandoleros.
Supongo que me había quedado con estas dos ideas: "dar esperanza" y "no dejarnos degenerar", lo demás fue la extraña forma de asociación de los sueños. Porque el caso es que lo que soñé es que era un comisario político de mí mismo (algo más tranquilizador) que proponía guardar la identidad personal a salvo. Estuve dándole vueltas una hora, ya despierto, a si esa pesadilla tenía algún sentido: convertirse uno en vigilante de sí mismo. Como si fuera un jesuita pequeñito escondido en el bosque de los yoes, recordando a todos quién es uno. No sé si la pesadilla durmiente fue más o menos amenazante que la pesadilla que me desveló en aquella hora.
En fin, ... miseria de la filosofía.
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