Una de
las facetas menos estudiadas de Marx es su contribución a la filosofía de la
técnica. En este campo, sus ideas se entremezclan con el análisis del
capitalismo y quizás haya sido la razón por la que no suelen figurar en la
historia de la filosofía de la técnica, pero es precisamente la indisolubilidad
de la forma histórica de una sociedad y de su entorno técnico la gran
aportación que realiza a la comprensión de la técnica. En el centro de este
pensamiento está el análisis del trabajo en los dos grandes hilos conductores
de su obra: producción y alienación. El trabajo es la forma característica
humana de reproducción social a través de la producción de bienes y no
simplemente de su consumo. Este es el rasgo que lo diferencia de los animales.
La producción es la transformación de la naturaleza a través del trabajo guiada
por la inteligencia. Bajo el capitalismo, sin embargo, el trabajo humano se
presenta como alienación completa del trabajador en una doble dirección: extrañamiento
o expropiación del producto de trabajo y reificación u objetificación:
conversión en mercancía y en mero medio de producción no distinto más que
superficialmente a la máquina, de la que no es en ocasiones más que un mero
apéndice. Marx maduró a lo largo de su
vida el análisis de la producción y la alienación a medida que estudiaba tanto la
economía como los desarrollos científicos. Esta evolución de su teoría es muy
aprovechable para entender cómo la técnica y las formas sociales se entremezclan.
Los Manuscritos
de economía y filosofía de 1844 son sin duda la reflexión más humanista de
Marx, en un tono aún muy de la escuela hegeliana, Feuerbach especialmente, centrada
sobre la alienación del trabajador bajo el capitalismo: enajenación de su
producto, extrañamiento de la misma actividad del trabajo, escisión de la
naturaleza y de la misma sociedad. Marx comienza aquí el análisis de la
significación de las dos grandes características del trabajo en el capitalismo,
de acuerdo a Adam Smith: el trabajo asalariado, que sería consecuencia de el
mercado, entendido como un sistema de intercambio: “un sueldo justo por un
trabajo honrado”, y la división del trabajo como modo de incremento de la
productividad mediante la distribución de trabajos de acuerdo a las
habilidades. Marx intuye que la propiedad privada y el dinero hacen que el mercado
no sea un sistema de intercambio sino una forma de transformación radical de la
condición humana.
“La diferencia entre la demanda efectiva basada en el dinero y la demanda sin efecto basada en mi necesidad, mi pasión, mi deseo, etc., es la diferencia entre el ser y el pensar, entre la pura representación que existe en mí y la representación tal como es para mí en tanto que objeto real fuera de mí. Si no tengo dinero alguno para viajar, no tengo ninguna necesidad (esto es, ninguna necesidad real y realizable) de viajar. Si tengo vocación para estudiar, pero no dinero para ello, no tengo ninguna vocación (esto es, ninguna vocación efectiva, verdadera) para estudiar. Por el contrario, si realmente no tengo vocación alguna para estudiar, pero tengo la voluntad y el dinero, tengo para ello una efectiva vocación. El dinero en cuanto medio y poder del universales (exteriores, no derivados del hombre en cuanto hombre ni de la sociedad humana en cuanto sociedad) para hacer de la representación realidad y de la realidad una pura representación, transforma igualmente las reales; fuerzas esenciales humanas y naturales en puras representaciones abstractas y por ello en imperfecciones, en dolorosas quimeras, así como, por otra parte, transforma las imperfecciones y quimeras reales, las fuerzas esenciales realmente impotentes, que sólo existen en la imaginación del individuo, en fuerzas esenciales reales y poder real. Según esta determinación, es el dinero la inversión universal de las individualidades, que transforma en su contrario, y a cuyas propiedades agrega propiedades contradictorias.”
En los Manuscritos,
Marx ya sabe que la forma dinero cambia radicalmente la realidad social, que la
transformación de las viejas formas de intercambio Mercancía- Dinero- Mercancía
han mutado en Dinero- Mercancía- Dinero, y que la extensión de esta nueva forma
de reproducción social implica consecuencias radicales para las formas de vida.
A Marx le faltaba aún descubrir y explicar cómo se produce esta transformación.
Fue el trabajo fundamental de su obra. En ella hay un análisis del modo en que
el capital convierte en mercancía todo aquello que cae bajo su alcance, y lo
primero será, en el capitalismo industrial, los medios de producción:
instrumentos y trabajo, y, por otro lado, el estudio de cómo el estado del conocimiento
científico y de la invención técnica ha creado una base para la objetificación
de todo aquello que se convierte en mercancía. En este segundo aspecto, Marx
fue dirigiendo su atención hacia la ciencia y la técnica de su momento y cómo
se entrelazaron con este proceso socioeconómico.
Los
años inmediatos a 1848 fueron para Marx, como para el conjunto de la cultura,
años de un intenso aprendizaje. Las revoluciones de 1848 habían sido derrotadas
y, en adelante, los movimientos obreros y las conspiraciones burguesas se
instalarían en una irreversible desconfianza mutua de la que Marx tomó buena
nota y extrajo consecuencias que habrían de traducirse en sus escritos
recogidos en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850. El segundo
gran cambio se estaba produciendo en las ciencias y la técnica por esos años. Consistió
en la emergencia del concepto de energía que habría de transformar radicalmente
la imagen del mundo y en particular, darle sentido a la noción de naturaleza,
que había sustituido en el Romanticismo al concepto de universo. El
concepto de energía nació a la par que el descubrimiento de que las fuerzas de
la naturaleza se transmutan unas en otras y en esos cambios hay algo que
permanece constante. Fue un descubrimiento, como estudió Thomas S. Kuhn, que no
se produjo en la mente de una persona sino que fue resultado de la convergencia
de múltiples fuentes: en la física experimental, Michel Faraday, siguiendo la
línea de Ampère, había mostrado las múltiples transformaciones de la
electricidad en magnetismo, y a la inversa, y de la electricidad y el magnetismo
en movimiento, y a la inversa. James P. Joule había la conexión del movimiento
y el calor a través de la idea física de “trabajo”. El francés Sadi Carnot, un par de décadas
antes había reflexionado sobre las máquinas de vapor y había desarrollado la
idea de una máquina ideal, una de las grandes conquistas en la conexión entre
ciencia (la ciencia del calor, aún muy atrasada) y técnica (la ingeniería del vapor,
ya muy desarrollada). La aportación de la filosofía romántica fue fundamental
en este cambio. El concepto de Naturphilosophie de Schelling había
introducido la idea de que la Naturaleza estaba formada por una unidad
fundamental de todo tipo de fuerzas que se organizaban en diversos niveles de
complejidad. Esta idea se extendió en la medicina alemana, principalmente en
Justus von Liebig y Ludwig Büchner, quienes concibieron a los organismos como
sistemas metabólicos de intercambio de energía con el medio. Herman von
Helmholtz, físico y fisiólogo unió todas estas convergencias y en 1847 impartió
en Berlín su famosa conferencia sobre la conservación de la energía. Comenzaba
así una de las más profundas revoluciones de la metafísica.
En
cuanto a Marx, exiliado en Londres y en el refugio intelectual de la biblioteca
del British Museum, bajo el deprimente horizonte de las derrotas de las
revoluciones por toda Europa, se dedicó a estudiar intensamente estos
desarrollos científicos en los años cincuenta. Su intercambio de cartas con
Engels de estos años da fe de su creciente interés por la ciencia de la energía
como explicación del maquinismo. Tomó numerosísimas notas y escribió cuadernos
que habrían de ser publicados un siglo más tarde y conocidos como los Grundisse
o Elementos fundamentales para la crítica de la economía política. Es en
ellos en donde encontramos el núcleo fundamental de la filosofía de la técnica
de Marx:
Así integrado en el proceso de producción del capital, el instrumento de trabajo sufre todavía numerosas metamorfosis, la última de las cuales es la máquina o, mejor, el sistema automático de máquinas, movido por un autómata que es la fuerza motriz que se pone a sí mismo en movimiento. (El sistema de la maquinaria: solo llegando a ser automática la maquinaria encuentra su forma más perfecta y adecuada y puede transformarse en un sistema.
Este autómata está formado por numerosos órganos mecánicos e intelectuales, lo que determina a los obreros a no ser más que accesorios conscientes.
En la máquina –y aún más en el sistema de máquinas automáticas—el medio de trabajo queda transformado, hasta en su valor de uso y su naturaleza física, en un modo de existencia correspondiente al capital fijo y al capital en general. La forma que reviste el instrumento de trabajo inmediato, en el momento en que ha sido integrado en el proceso de producción capitalista queda abolida: en lo sucesivo se adecúa al capital y es su producto. La máquina no tiene ya nada en común con el instrumento del trabajador individual. Se distingue perfectamente del útil que transmite la actividad del trabajador al objeto. En efecto, la actividad se manifiesta más bien como hecho exclusivo de la máquina, supervisando el obrero la acción transmitida por la máquina a las materias primas y protegiéndola contra los desajustes.
Con el útil ocurría todo lo contrario: el trabajador lo daba vida gracias a su maestría y a su habilidad, porque el manejo del instrumento dependía de su destreza. En cambio, la máquina, que posee habilidad y fuerza para reemplazar al obrero, detenta la destreza de ahora en adelante, porque las leyes de la mecánica que actúan en ella le han dotado de un alma. Para permanecer constantemente en movimiento debe consumir por ejemplo carbón y aceite (materias instrumentales), como el obrero necesita alimentos.
Este
texto de los Grundisse es
luminoso sobre la concepción de Marx de la técnica y sobre el concepto de
trabajo. El historiador de la cultura Anson Rabinbach[1]
y la filósofa Amy Wendling han explicado cómo el concepto de trabajo entrelaza la
noción científica de energía con el análisis de Marx del funcionamiento del
trabajo en el capitalismo industrial. La gran aportación de Marx es que tanto
desde el punto de vista material como desde su papel en el proceso de
producción hay una equivalencia entre máquinas y trabajadores: ambos son sistemas
de transformación de energía que consumen materiales para poder ejercer su
trabajo. Marx insiste en que esta equivalencia es mucho más profunda de lo que
parece: por un lado, las máquinas evolucionan hacia una creciente similitud con
los mecanismos (una idea que el filósofo francés de la técnica Gilbert Simondon
convertirá en los años sesenta del siglo pasado en la base de su filosofía de
las máquinas), por otro lado, el trabajo humano en la fábrica se convierte cada
vez más en mecánico y en complementario de las máquinas. Esta convergencia se
basa en la común naturaleza de que ambos son sistemas de transformación de la
energía que consumen y producen, pero también y sobre todo en algo que Marx
señala como el elemento central de su filosofía, que se enraíza con los Manuscritos:
que el complejo humanos-máquinas es algo característico de lo humano, no de la
naturaleza, por más que sea un ejemplo de la conservación de la energía.
Esta
equivalencia desde el punto de vista metabólico es para Marx en una primera
instancia algo puramente descriptivo que no tiene por sí misma connotaciones
morales o políticas. Es en el capitalismo en donde adquiere la forma malévola
de ser el soporte de la alienación. En los Grundisse comienza este análisis, pero será en El
Capital en donde quedarán más claras las consecuencias. Desde el punto de
vista capitalista, el complejo humano-máquina forman el capital fijo encargado
de la producción. La única diferencia será que el trabajo humano es trabajo
vivo, que tiene que reproducirse todos los días y las máquinas son trabajo
objetivado de anteriores trabajos, y tiene que reproducirse cuando se agote su
vida funcional. El trabajador solo es
humano bajo la forma mercancía, bajo la forma de trabajo asalariado. Fuera del
trabajo, afirma Marx, queda reducido a sus dimensiones biológicas de
reproducción.
La actividad del obrero reducida a pura abstracción está determinada en todos los sentidos por el movimiento conjunto de las máquinas, lo inverso no es correcto. La ciencia constriñe, en virtud de su construcción, a los elementos inanimados de la máquina a funcionar como autómatas útiles. Esa ciencia no existe ya en el cerebro de los trabajadores: a través de la máquina actúa más bien sobre ellos como una fuerza extraña, como la fuerza misma de la máquina.
La apropiación del trabajo vivo por el trabajo objetivado –de la fuerza y de la actividad valorizantes por el valor en sí—es inherente a la naturaleza del capital […] Por eso el proceso de producción deja de ser un procedo de trabajo en el sentido en que el trabajo constituiría su unidad dominante. En los numerosos puntos del sistema mecánico, el trabajo no aparece más que como ser consciente, en forma de algunos trabajadores vivos. Dispersos, sometidos al proceso de conjunto de las máquinas, no forman más que un elemento del sistema, cuya unidad no reside en los trabajadores vivos, sino en la maquinaria viva (activa) que, con respecto a la actividad aislada e insignificante del trabajo vivo, aparece como un organismo gigantesco.
Esta
maquinización del trabajo, que transforma el trabajo concreto en trabajo abstracto,
es absolutamente central en el examen de Marx de lo que ocurre con el trabajo y
la máquina bajo el capitalismo. En los Grundisse no abandona el
componente humanístico que llenaba los Manuscritos, pero ahora está
teñido de un tono mucho más pesimista. Desde del punto de vista de económico,
sostiene Marx, los bienes se presentan bajo la forma de riqueza o de valor. En
el capitalismo todo lo que tiene contenido económico lo es solo bajo la forma
de valor de cambio, de mercancía. La riqueza de la vida, de la transformación
de la naturaleza, lo que sería una producción como ejercicio creativo de los
complejos humanos-máquina no tiene sentido en el capitalismo sino es bajo la
forma mercancía, el trabajo asalariado que maquiniza al trabajador y lo somete
al mismo estrés que somete a las máquinas porque ambas son parte del mismo
componente de la dinámica C-M-C: no hay ya producción de riqueza sino tan solo
producción de valor.
La alternativa,
la liberación de la potencia vital y energética del complejo humanos-máquinas,
piensa Marx, queda para una sociedad libre del trabajo asalariado y de la
división del trabajo que va asociada a ella.
Hasta
aquí Marx, de cuya teoría sobre las máquinas aún queda mucho por decir, lo que
desborda la intención de este texto. Pero podemos plantearnos cómo su teoría
sobre la equivalencia humanos-máquinas desde el punto de vista de la base
material puede recuperarse en el siglo XXI, en una era del capitalismo postindustrial
y postfordista.
Las
últimas décadas, el capitalismo que nace de la Segunda Guerra Mundial, ya no se
basa solo en la mercantilización de complejos energéticos sino en otro
descubrimiento que llena el nuevo siglo: la información.
Desde
el punto de vista físico, la información se basa también en la termodinámica,
pero en este caso nace de la explotación de la segunda ley, en donde aparece
como factor esencial la entropía, un concepto probabilístico ligado a la forma
particular de la energía, un concepto que mide el potencial de reversibilidad
de un proceso de transmisión de energía en un sistema físico. En una primera aproximación,
la información es lo inverso a la energía: mide el grado de estructura que
tiene un sistema. También el concepto de información se originó en un proceso
de convergencia entre desarrollos técnicos, científicos y filosóficos: en su
origen fue un concepto ingenieril para medir la capacidad de un canal para
transportar mensajes; más tarde se convirtió en un concepto esencial de las
nuevas máquinas, los computadores, entendidos como sistemas de símbolos y por
tanto como sistemas de procesamiento de información. La biología basada en el
descubrimiento del “código” genético fue la segunda gran rama de convergencia.
La teoría representacional de la mente fue la consecuencia metafísica. El
resultado lo conocemos bien desde los años setenta del siglo pasado: el capitalismo
industrial basado en los complejos humanos-máquinas basadas solamente en transformación
de la energía se convirtió en un capitalismo de complejos humanos-máquinas
basadas en el procesamiento de información.
Está
por ver aún cómo las reflexiones de Marx en los Grundisse y El Capital sobreviven al capitalismo
informacional. Antonio Negri y Michel Hardt han basado una parte sustancial de
su filosofía en estas reflexiones. Su idea es que la división entre trabajo
vivo y trabajo objetivado en máquinas como componentes del capital cambia
radicalmente bajo el capitalismo informacional y crea nuevas contradicciones. Se
abre, explican, la posibilidad histórica de una nueva forma de trabajo creativo.
En su conocido libro Imperio parecen adoptar una teoría optimista respecto a las nuevas formas de capitalismo:
En resumen, podemos distinguir tres tipos de trabajo inmaterial que conducen al sector servicios la tope de la economía informacional. El primero está implicado en una producción industrial que se ha informacionalizado e incorporado tecnologías de comunicación de modo tal que transforman al propio proceso de producción. La manufactura es considerada un servicio, y el trabajo material de la producción de bienes durables se mezcla y tiende hacia el trabajo inmaterial. El segundo es el trabajo inmaterial de las tareas analíticas y simbólicas, el que se subdivide en manipulaciones inteligentes y creativas por un lado y tareas simbólicas rutinarias por otro. Finalmente, un tercer tipo de trabajo inmaterial implica la producción y manipulación de afectos, y requiere contacto humano (virtual o real), trabajo en modo corporal. Estos son los tres tipos de trabajo que dirigen la posmodernización de la economía global.
Antes de movernos hacia estas tres formas de trabajo inmaterial debemos señalar que la cooperación en completamente inherente al propio trabajo. El trabajo inmaterial involucra inmediatamente cooperación e interacción social. En otras palabras, el aspecto cooperativo del trabajo inmaterial no es impuesto u organizado desde afuera, como lo era en las formas previas de trabajo, sino que, la cooperación es completamente inmanente a la propia actividad laboral. 22 Este hecho lleva a cuestionar la vieja noción (común a la economía política clásica y marxiana) por la cual la fuerza de trabajo es concebida como "capital variable", es decir, una fuerza activada y vuelta coherente sólo por el capital, porque la fuerza cooperativa de la fuerza de trabajo (en particular de la fuerza de trabajo inmaterial) le otorga al trabajo la posibilidad de valorizarse a sí mismo. Las mentes y los cuerpos aún necesitan de otros para producir valor, pero los otros que necesitan no son necesariamente provistos por el capital y sus capacidades de orquestar la producción. La actual productividad, riqueza y creación de excedente social toma la forma de interactividad cooperativa a través de redes lingüísticas, comunicacionales y afectivas. En la expresión de sus propias energías creativas, el trabajo inmaterial parece poder proveer el potencial para algún tipo de comunismo elemental y espontáneo.
No
puedo entrar ahora en la crítica a los análisis de Negri y Hardt, pero avanzo mi
escepticismo radical respecto a sus posiciones. Deberían haber sido conscientes
de que el concepto de información, y la información como proceso real, es una
restricción del concepto de energía, y que el procesamiento de información no
es sino un proceso termodinámico. Los complejos humanos-máquinas bajo el
capitalismo informacional no son distintos a lo que Marx había observado. Por
supuesto ya no tienen tanta importancia los trenes de montaje, que quedan para
las partes más periféricas de la producción, pero la maquinización del trabajo
y la consecuencia de la alienación, la fatiga y el estrés no solo no han
disminuido sino que han alcanzado a niveles más profundos del cuerpo como sistema
termodinámico: el capitalismo actual, como capitalismo de la atención no es
sino una forma avanzada del proceso de deshumanización, de conversión en
mercancía de todos los niveles de orden de la naturaleza, de extrañamiento y
alienación (
El Marx
político y economista político siempre creyó que las contradicciones del
capitalismo entre fuerzas productivas (complejo máquinas-humanos) y las relaciones
de producción del trabajo asalariado conducirían a una rápida desaparición del
capitalismo. La filosofía de las máquinas de Marx, en los Grundisse
y El Capital no admiten esta rápida conclusión. Por el contrario, la
explotación de lo humano, de la riqueza y de su conversión en puro valor
abstracto de mercancía, aparece por su propia naturaleza como un proceso cuyos
límites, aunque son energéticos, en las formas que asume la energía, de la transformación de lo mecánico en automático, de lo automático en
cibernético, de lo cibernético en informacional, de lo informacional en artificialmente
inteligente, crean espacios de supervivencia del capitalismo mucho más
extenso de lo que suponía su concepción política, velis nolis, algo
influida por un cierto wishful thinking.
[1] Rabinbach, Anson (1990) The
Human Motor: Energy, Fatigue, and the Rise of
Modernity. New York: Basic Books; Wendling, Amy E. (2009) Karl
Marx on Technology and Alienation, Londres: Palgrave MacMillan
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