No he pensado aún suficientemente sobre los muchos hilos que trae sueltos el tejido de las reformas universitarias y por ello me agarré a las palabras de Toni Doménech en mi anterior entrada. Querría hacer(me) ahora algunas preguntas: ¿son posibles las heterotopías?, ¿es la universidad un lugar de refugio, un lugar de resistencia o, simplemente, un lugar entre otros? En la Edad Media (la universidad europea nació en Bolonia, dicen algunos (incorrectamente: fue en París, y tuvo que ver con un movimiento que en algún momento habría que repensar, el de los gurús tardomedievales)) presuntamente como un espacio-otro, como fueron las iglesias más allá de las cadenas que determinaban el espacio sagrado, como un lugar de refugio frente al poder civil ("casa", decíamos en los juegos infantiles). ¿Son las universidades refugios de este tipo? Curiosamente, no las europeas, sino las norteamericanas: se configuraron en el siglo XIX como "campus" alejados de los peligros de las grandes ciudades, para que allí encontrasen los alumnos un lugar aislado donde formarse y reformarse (el fuste torcido de la humanidad, que se enderezaría en ciertos lugares de retiro). Crecieron así esos ámbitos de retiro que con el tiempo se convirtieron en zonas con un aislamiento propio. Allí los alumnos comienzan un aprendizaje que no podrían desarrollar en otros lugares. Los papás saben, permiten, que sus hij@s tendrán sus experiencias sexuales, con las drogas, con la cultura de "izquierdas", con la cultura en general, porque saben, en eso son sabios, que ciertos signos de distinción llevan tiempo, no pueden adquirirse en la vida de negocio tradicional. En los paises menos avanzados (...?) la educación universitaria cumple otras funciones añadidas: es un lugar que significa una escalera social, el último tren para los que no tienen sitio social, una profesión, un saber, una "colocación".
Quienes nos dedicamos a esto sabemos de ambas cosas: damos trabajo y damos distinción. Y no siempre son equilibrados ambos objetivos. Los preceptores del romanticismo lo tenían claro: sólo daban distinción (todos los grandes filósofos fueron en algún momento preceptores de la nobleza). ¿Qué somos ahora?: difícil de responder. He conocido algunos centros de élite norteamericanos. Son lugares de resistencia, pero también de distinción: ¿van unidas ambas funciones? No me gustaría caer en el cinismo, pero algo hay al respecto. Los hijos de los constructores necesitan saber de Marx, los hijos de los obreros necesitan matemáticas e inglés.
Universidad sin mercado/universidad de la distinción.
Si eres pobre, aprende historia, aprende inglés, aprende matemáticas, decía Bertold Brecht. Si eres rico, da igual, aprende lo que quieras, pasa el tiempo adquiriendo la pátina social de la distinción.
Desde hace años me siento escindido entre las dos funciones: lustrar y equilibrar. La ciencia por la ciencia, el saber por el saber es parte del espectáculo. Ya no hay (muchos los añoran) colegios para señoritas. La universidad actual, me temo, ya no es un lugar ni de refugio ni de resistencia, es un lugar como otros: atravesado por todas las contradicciones. La universidad no morirá en Bolonia: murió en Berlín, cuando los románticos la concibieron como la redoma para destilar el espíritu.
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